Esto me lo envio mi migo de la infancia desde Argentina, lo publica Gaston Saint Martin dedse Chicago. (copio su valentia en exponer datos sobre «longevidad» que no deberian ser importantes mas que para nuestros medicos). Con Eduardo fuimos companeros del colegio secundario Euskal Echea, colegio de Franciscanos Capuchinos Misioneros, en Llavallon (frente a la fabica de cerveza Biecker). En clase teniamos nuestros bancos uno al lado del otro. En el dormitorio «3», de 60 pupilos nuestras camas tambien juntas en la misma fila. El Cura Joaquin, a cargo del dormitorio, dormia en un ricon detras de unos tabiques algo mas altos que unos biombos. Eduardo y el cura Joaquin eran ambos Peronistas, Nacionalistas y Rosistas. El resto indiferentes, pero predominaban los campechanos patagonicos de La Pampa y del La Provincia de bienos Aires, Radicales, Sarmientistas y liberales, (yo, entre estos ultimos). Ese dia (cuando se anuncio la muerte de Evita, (entiendo habia fallecido varias semanas antes, pero no se lo anuncio mientras se preservaba el cuerpo) yo estaba en el Colegio. (No recuerdo porque??… posiblemente porque yo era de los pocos pupilos «Ptagonicos») que no tenia parientes o tutores cerca, y formaba parte de un pequeno grupito que nos quedabamos en ese enorme colegio casi vacio, durante los fines de semanas «de salida». Desde que dejamos al Colegio Euskal Echea, nunca volvimos a vermos con Eduardo, hasta que nos «reencontramos en INTERNET»… varias decadas despues. Para mi, lo asombroso es que nuestra amistad estaba (y esta) intacta) PESE a los diferentes derroteros que nuestras vidas siguieron…. Derroteros son como caminos o sendas de vida,… pero lo asombroso fue descubrir que «las busquedas, intenciones y objetivos de ambos no fueron nada distintos… pese a las apariencias…. Lo que sigue, son los recuerdos (historicos) de mi amigo de la infancia, o para ser mas precisos: de nuestra adolecsencia:
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Hace 60 años yo era un jovencito de quince. ¡Y por favor absténganse de sacar cálculos incómodos!.
Hoy voy a contarles algo que durante todo este tiempo no le di importancia, porque no la tenía. Pero estoy tomando conciencia que mi edad dinosáurica me da una pátina de historia viviente que ya pocos tienen. Yo vi a Evita a las pocas horas de su muerte.
Hacía poco que me había afiliado a la Alianza Libertadora Nacionalista. Esa adhesión había sido una vieja aspiración de mi incipiente militancia, que venía ejerciendo desde los nueve. A la distancia confieso que había sobredimensionado el romanticismo aventurero de ese grupo, pero por entonces no me lo cuestionaba ya que estaba haciendo los primeros pininos en la política. Allí colaboraba con entusiasmo en la pintada de consignas, pegatina de carteles y era feliz cuando se me encargaba redactar algún sueltito para la cartelera de la institución y no les cuento mi orgullo cuando el destino era el periódico partidario.
Lo cierto es que la noche anterior estaba hablando por teléfono con una noviecita (todo quinceañero suele tener al menos una), cuando en casa escucharon por la radio la noticia: “…el penoso deber de informarles que ha fallecido…
Inmediatamente me fui al local de San Martín 398 donde iban llegando “camaradas” apesadumbrados y se hacían las diligencias y consultas del caso: Que si telegrama, no, que debe ser una corona, que una delegación se presente ¿Donde? ¿La residencia? ¿La rosada?. Yo por supuesto callado esperaba órdenes.
Al amanecer me fui solo a Trabajo y Previsión, en Diagonal Y Perú, donde ya sabíamos que la iban a velar. En la esquina había una pequeña multitud y permanentemente llegaban coronas de flores, que por entonces las entraban al edificio (luego las empezaron a acumular en la esquina).
Con la rapidez de mente y cuerpo de mi primera adolescencia vi la oportunidad e instantes después estaba simulando ser un empleado de la florería e ingresaba al edificio debajo de una corona entrante.
Alguna gente estaba subiendo la gran escalera, y en el rellano que se bifurcaba estaba EL.
Vestido con uniforme de gala (durante muchos años creí que lo del uniforme era una fantasía mía, hasta que alguien me lo confirmó). Perón estaba ensimismado y casi mecánicamente daba la mano a los que iban subiendo. ¡Perón me tendió la mano a MI!; aún hoy me asombro. Yo era solo un pibe; ¿se habrá dado cuenta de eso o estaba encerrado en su propia tristeza?.
Subí por la escalera que se bifurcaba a la izquierda y la vi. Me llamaron la atención sus dedos pálidos con un rosario de cristal entre sus manos. Mi corazón se contrajo. Pensé que estaba atravesando una nueva puerta de la historia.
Al salir, salía hacia una nueva era.
¿Seguiríamos avanzando?.
Eduardo Rosa, 26 de julio de 2012.